sábado, 12 de diciembre de 2009

Manuel Puig

A partir de la lectura del texto de Adorno y Horkheimer La industria cultural, me parece interesante pensar desde la mirada de este texto la novela del escritor argentino Manuel Puig, La traición de Rita Hayworth. Se trata de un niño que vive en un pequeño pueblo en la provincia argentina en la década del 40; según el propio Manuel Puig: “Un chico asustado porque se siente distinto a los demás encuentra amparo ultraterrendo viendo cine”.
El protagonista de la novela se dedica a lo largo de extensos soliloquios a reconfigurar su mundo desde una narrativa propia del cine de Hollywood de aquella época; al punto de mezclar los personajes de su vida con los de la pantalla inventando historias como: [...] que el tío de Alicita si fuera artista haría que se casa con Luisa Rainer en “El gran Ziegfeld” en vez de que ella se muera, cuando está enferma y se está por morir y lo llama por teléfono al ex esposo Ziegfeld que la dejó por otra y ella le dice que está sana para que Ziegfeld no se ponga triste, y apenas es la mitad de la cinta pero ella no sale más porque se muere en seguida, y mucho mejor sería que en eso suena el timbre y Luisa Rainer va abrir y es uno que se equivocó de puerta, que es el tío de Alicita, pero Luisa Rainer está tan cansada después de levantarse a hablar por teléfono que se desmaya ahí mismo [...] Y el tío un día la besa en la boca y le dice que la quiere y yo desde la cocina del hotel le tiro una moneda al del organito que pasa por la calle para que toque una pieza y Luisa Rainer se levanta poco a poco y se da cuenta que se está curando y salen a bailar[...]”.
A la luz de lo que exponen Adorno y Horkheimer en el texto mencionado, podemos mirar en esta novela un ejemplo de como las formas culturales de la sociedad industrial reducen la sensibilidad a la pura expectación de los efectos re-producidos por la técnica.
Pero también es posible mirar algo distinto quizás; porque el protagonista de la novela no es como su madre a quien acompaña al cine en quien conviven la admiración y el deseo de parecerse a las estrellas de la pantalla con la mundanidad cotidiana, convivencia pasiva propia en los clientes-consumidores de la industria de la cultura; el protagonista se apropia del mundo que mira en el cine usándolo como negación del mundo cotidiano de manera que es capaz usar creativamente y no pasivamente, las imágenes que el cine le ofrece para reconfigurar el mundo de modo que haya un lugar para su particular sensibilidad que en el mundo cotidiano tal como se le es ofrecido es de cierta manera una sensibilidad marginal.